Cecilio Acosta: “Paradigma de virtud ciudadana”

1 febrero, 2018

En el bicentenario de su natalicio, la Biblioteca Nacional recuerda a uno de los más importantes humanistas de Venezuela y pone a disposición de sus usuarios más de 50 objetos digitales en la Biblioteca Digital de Venezuela “César Rengifo”

 

“Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato…”
José Martí

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Texto: Jufany Toledo / Fotos: Ronald Montaño

A los venezolanos nos sobran razones para conmemorar el bicentenario del nacimiento de un hombre de la talla moral e intelectual de don Cecilio Acosta. En palabras del también escritor Rufino Blanco Fombona, “merece especial recordación porque fue uno de los mayores prosistas de la lengua castellana en todos los tiempos, porque fue pensador osado, gran jurisconsulto, espejo de rectitud y paradigma de virtud ciudadana…».

Así fue don Cecilio, un ciudadano ejemplar del Siglo XIX, que junto a Juan Vicente González, Fermin Toro y Rafael María Baralt, formó parte de la generación “Independencia y República”; y además fue redactor del Código Penal de Venezuela. Sin lugar a dudas, uno de los más importantes humanistas y civilistas de la historia de Venezuela; y a pesar de su origen humilde, se esforzó por procurarse una excelente educación y una sólida formación intelectual.

Cecilio Acosta nació el 1° de febrero de 1818 en San Diego de Los Altos, estado Miranda. Hijo de Ignacio Acosta y Juana Revete. A temprana edad pierde a su padre y se viene con su madre a vivir en Caracas, ciudad de la que nunca salió. Tampoco abandonó a su madre, con ella vivió hasta su muerte en una humilde casa del centro, ubicada entre las esquinas de Velásquez y Santa Rosalía, la partida de su madre constituyó un duro golpe para él, ya que nunca se casó ni tuvo hijos; y su salud fue siempre precaria, por lo que su ausencia tal vez haya precipitado su enfermedad y muerte.

Su llegada a Caracas ocurre en un momento histórico crucial, cuando se estaba dando la separación de la Gran Colombia, y en torno a Páez se reúnen un grupo de hombres muy ilustrados que tratan de darle un rumbo de gran civilidad a la república, hecho que ejerce influencia sobre Acosta, un hombre profundamente religioso y temeroso de Dios; ya que su formación inicial estuvo a cargo del presbítero Mariano Fernández Fortique, por quien sentía gran respeto y admiración.

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Gracias a la influencia del presbítero, ingresó al Seminario Tridentino de Santa Rosa en Caracas, tiempo que le permite adquirir un elevado nivel de latín, el cual leía y escribía a la perfección, así como una importante formación clásica, leyendo a grandes pensadores, poetas y doctores de la Iglesia, como Santa Teresa de Jesús, Santo Tomás y Fray Luís de León, entre otros. Allí también realizó estudios de teología, historia universal e historia santa, que le allanaron el camino para su posterior formación profesional.

En 1840 decide abandonar el seminario para iniciar estudios de agrimensor (topografía) en la Academia de Matemáticas fundada por Juan Manuel Cajigal, una carrera poco común en la época y si se quiere disonante con su formación en el seminario; pero a finales de ese mismo año, y en forma paralela, se inscribe en la Universidad Central de Venezuela para estudiar filosofía y derecho.

A pesar de sus recurrentes problemas de salud y de sus vicisitudes económicas, en 1848 obtiene su título de abogado. También ejerció la docencia y el periodismo, y se dio a conocer por los escritos y reflexiones que publicó en los periódicos “La época” y “El Federal”, sobre la tensa situación política que se vivía en el país, polarizado entre liberales y conservadores; sin embargo, nunca figuró en diatribas políticas ni evidenció parcialidades; aún cuando en algunos de sus textos se aprecia su amor a la libertad y la defensa a las clases trabajadoras.

Acosta escribía en un tono de altura, más bien admonitorio, ofreciendo recomendaciones de civismo y civilidad, le hablaba a sus conciudadanos de una forma impersonal, como si no formara parte de la misma realidad, recomendando como debía ser una República, que en poco o nada se parecía a la que él mismo estaba viviendo. En sus artículos se dirigía a los venezolanos, como si no formara parte de ellos. De hecho, y a pesar de su bien ganado prestigio intelectual, nunca ostentó un cargo público de importancia, ni figuró en altas decisiones políticas.

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Cecilio Acosta condenó siempre la violencia, era un hombre de paz, de estudio y de lectura, que marcaba distancia con las revueltas, movimientos violentos y cualquier ruptura del orden. Sus ideas progresistas y de avanzada, eran para entonces muy mal vistas por los hombres enardecidos y apasionados por la revolución; tal vez por ello solía escribir en un tono impersonal y hacía uso del género epistolar para dar a conocer sus ideas, sin que estas fuesen percibidas como una proclama o un artículo de opinión.

Ejemplo de ello, es uno de sus más importantes ensayos, publicado en 1856, “Cosas sabidas y por saberse”, en el que a través de una carta (sin destinatario aparente) expone, entre otras, sus ideas y recomendaciones, acerca de lo que debía ser la educación. Sobre ellas, su pensamiento era coincidente con el de don Simón Rodriguez, en cuanto a que había que alargar la educación primaria y poner allí el énfasis educativo, e igualmente más en el taller que en la universidad, en que se debía educar y formar al hombre para el trabajo, en la educación técnica, el ferrocarril, las máquinas de vapor y otros temas de provecho y utilidad común. Era un gran crítico de la educación que se impartía en ese entonces.

«Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es todo.¿Qué gana el que pasa años y años estudiando lo que después ha de olvidar, porque si es en el comercio no lo admiten, si es en las fábricas tampoco, sino quedarse como viejo rabino entre cristianos?¿Hasta cuando se ha de preferir el Nebrija, que da hambre, a la cartilla de las artes, que da pan, y las abstracciones del colegio a las realidades del taller?»… “Hay que insistir en la educación cívica y la instrucción académica para los venezolanos”.

Cecilio Acosta fue un hombre de grandes dimensiones, con un gran prestigio moral en la Venezuela de su tiempo, aunque a decir de Arturo Uslar Pietri, era tímido de carácter, le tenía horror a la figuración pública, era indeciso y temeroso, y para el momento de su muerte no había publicado un libro, ni poseía ningún trabajo central importante, dejó una obra fragmentada pero de una importancia invaluable, con gran precisión en el uso de un lenguaje estilizado y culto, diversidad en el vocabulario, ideas claras y sistemáticas de fácil comprensión, ausentes de retóricas, que dejan al descubierto su gran inteligencia y sabiduría.

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Sus escritos estuvieron dispersos y algunos de ellos formaron parte de antologías. Muchos años después de su partida, entre 1908 y 1909 fueron compilados y se publicaron sus Obras Completas, con prólogo de José Martí. Posteriormente, en 1981 la Fundación Casa de las Letras Andrés Bello, publicó la edición definitiva de sus Obras Completas, con poesías, cartas, estudios sociológicos, ensayos políticos, económicos, de derecho internacional, lingüísticos y de educación, con temas clave para promover el desarrollo, la civilización, el discernimiento jurídico y el progreso del país.

Se le recuerda como un hombre ensimismado y de escasa vida social; pero importantes personajes de la historia, la política y las letras, le dedicaron artículos que dan cuenta de la talla de este venezolano insigne, amigo de Arístides Rojas, Eduardo Blanco, y Lisandro Alvarado, entre otros; y hasta el prócer de la revolución cubana, José Martí, durante su breve estadía en Caracas, se admiró por su grandeza moral, su honestidad, cultura e inteligencia; lo cual plasmó en un ensayo que escribiera días después de su muerte, titulado “Cecilio Acosta”, y que fue publicado el 15 de julio de 1881, en el segundo y último número de la Revista Venezolana que editaba Martí, a quien días más tarde, el presidente Antonio Guzmán Blanco, le solicitó abandonar el país.

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Lisandro Alvarado reconocería, que a pesar de la diferencia de edad entre Cecilio Acosta y José Martí, eran semejantes en su erudición, su calidad ética, humana y moral; así como también, en sus deseos porque el individuo se instruyera, se cultivara. Es evidente que el joven Martí, con apenas 28 años, se deslumbró ante la sapiencia y la gracia de Cecilio Acosta.

A pesar de su legado y de contar con el cariño, respeto y admiración de sus alumnos, murió en la más absoluta pobreza en Caracas el 8 de julio de 1881, a la edad de 63 años. Los honores los ha tenido post mortem; ya que varias calles, avenidas, colegios, instituciones educativas y municipios del país llevan su nombre; y el 5 de julio de 1937, sus restos fueron llevados al Panteón Nacional.

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Hoy al conmemorar 200 años de su natalicio, debemos volvernos a su obra y a lo que ella representa; la cual se encuentra disponible en la Biblioteca Nacional y con motivo de su bicentenario, más de 50 objetos que incluyen discursos, correspondencia, ensayos, poesía y tratados de derecho y política, fueron liberados en la Biblioteca Digital de Venezuela “César Rengifo”. http://bibliotecadigital.bnv.gob.ve/?q=search/node/Cecilio%20Acosta

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