Macedonio Fernández representante del escepticismo en la literatura

10 febrero, 2018

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Su escritura logra definir el verdadero cuestionamiento de la figura tradicional del lector y su entorno

Texto: Fabiola Cesin/ Fotografía: Ronald Montaño/ Prensa BN

Adentrarse a las maravillas que brinda a los lectores el mundo literario, sin duda es una experiencia enriquecedora, tener la oportunidad de descubrir y profundizar en obras de diferentes escritores, donde muestran los diversos estilos literarios empleados a la hora de hacer sus creaciones literarias; tal es el caso de Macedonio Fernández, quien nació el 1 de junio de 1874 en Buenos Aires, Argentina; y falleció el 10 de febrero de 1952 en su país natal.

Este excelente escritor argentino, a través de su pluma experta en narraciones fantásticas pone en evidencia su capacidad para recrear su escepticismo, entiéndase como escepticismo, la corriente filosófica basada en la duda, representada en la escuela del filósofo griego Pirrón, quien decía que «no afirmo nada, solo opino», esta corriente se diferencia del negacionismo por exigir evidencia objetiva a las afirmaciones.

Su obra fue revalorizada después de que Jorge Luis Borges reconociera en él los orígenes de su narrativa, durante el transcurrir de su vida formó parte del grupo “martinfierrista”, influenciandose en la obra narrativa de Leopoldo Marechal y en la poética de González Lanuza, debido a el estrecho vinculo de amistad que existió entre los literatos.

Debido a esa amistad en 1922 dirigió junto a Borges la segunda época de la revista Proa, que se prolongó hasta 1925, pese a sus extraordinarias obras, sólo llegó a publicar una, No toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928), el resto de sus creaciones literarias, fueron editadas de manera póstuma, por el interés de sus allegados.

Entre las obras más destacadas de Fernández se encuentran, Papeles de recienvenido (1930), Una novela que comienza (1941), Continuación de la nada (1945), Poemas (1953) y Museo de la novela de la eterna (1967), esta última editada por Biblioteca Ayacucho y la puedes encontrar en nuestra colección del Instituto Autónomo de Biblioteca Nacional y de Servicios de Bibliotecas.

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Del conocido grupo de escritores “martinfierristas”, vinculados por la revista Martín Fierro, Macedonio Fernández, siempre destacó por haber sido el autor de piezas literarias con gran singularidad, acto que lo llevo a ganarse el titulo del «escritor para escritores», por lo que su público lector aseguraban que sus obras eran verdaderos hitos de la literatura de vanguardia.

Definir su escritura y su estilo literario depende del cuestionamiento del lector, pues sus obras obligan a sus seguidores a preguntarse hasta qué punto sigue siendo sostenible la división nítida entre lo real y lo aparente, o entre realidad y ficción, que de manera constante emplea en su lírica la prosa y el verso, dejando así huellas imborrables en la narrativa argentina del siglo XX.

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Es la personalidad, la percepción y la capacidad de imaginación lo que le permite a sus leales lectores, entender las obras de Macedonio Fernández, ya que sus escritos atacan las dicotomías tradicionales de la filosofía y la vigencia de la división entre los diversos géneros literarios; manteniendo ese sutil estilo vanguardista que reinaba en sus tiempos.

Sus inclinaciones literarias y filosóficas, lo motivaron a despedirse de su profesión de abogado. Durante los años de 1900, mantuvo contacto directo con el filósofo estadounidense William James, que admiró su inédita manera de plantear la especulación filosófica en un lenguaje coloquial, abundante en detalles irónicos e incluso humorísticos.

Su primera obra poética, Suave encantamiento (1904), es un antecedente fundamental, aunque secreto, de la poesía argentina del siglo XX, en 1920 tras el fallecimiento de su  esposa, su vida personal y en su trayectoria literaria se transformó, sus obras alcanzaron la cumbre de la melancolía,  fue entonces cuando escribió su más famosa composición poética del género lírico en la que se lamentó de su desgracia, Elena Bella muerte.

Esta obra estuvo perdida por veinte años, fue encontrada en en interior de una lata de galletas por su hijo, y publicada por la revista el Sur en el año 1941. La mayor parte de sus producciones líricas fueron apareciendo de manera dispersa.

Fernández, se especializó en todos los género literario, por eso de manera increíble se paseó y disfrutó cada uno de ellos, en su narración exigía lo mejor de él, obteniendo como resultado los frutos de la mezcla del humorismo, fantasía, paradoja y la especulación metafísica. 

La casa del saber tiene en su haber, algunas de sus obras, entre ellas: Museo de la novela de la eterna, Papeles de recienvenido, Continuación de la nada, entre otras; se hace extensiva la invitación a hojear y profundizar las creaciones de este amante de la literatura, en nuestras bibliotecas públicas y salas de lectura.

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