Simón Rodríguez: Un revolucionario de la educación

28 febrero, 2018

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El insigne maestro de maestros, padre de la nueva escuela, nació en Caracas el 28 de octubre de 1771 y falleció el 28 de febrero de 1854 en el distrito de Amotape, Perú

Texto: Jufany Toledo / Fotos: Archivo Prensa IABNSB

“Enseñen a los niños a ser preguntones, para que, pidiendo el porqué de lo que se les manda hacer, se acostumbren a obedecer a la razón: no a la autoridad, como los limitados, ni a la costumbre, como los estúpidos”. Con este enunciado que refleja la filosofía robinsoniana sobre la educación, basada en el postulado de “enseñar a pensar”, recordamos al maestro de maestros, don Simón Rodríguez, al cumplirse 164 años de su muerte.

Rodríguez fue sin duda un maestro revolucionario. Uno de los primeros documentos donde se analiza la educación en Venezuela, titulado “Reflexiones sobre los defectos que vician la Escuela de Primeras Letras de Caracas y medios de lograr su reforma por un nuevo establecimiento”, fue presentado por él al Cabildo de Caracas, el 19 de mayo de 1794. En dicho documento, cuestionaba la educación tradicional y criticaba la poca importancia que se le otorgaba a la educación inicial (o primeras letras) donde ponían a los niños a repetir como loros una Cartilla de números y letras.

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Podría decirse que en el pensamiento y la obra de Simón Rodríguez se encuentra la génesis de la pedagogía constructivista. “El maestro que sabe dar las primeras instrucciones, sigue enseñando virtualmente todo lo que se aprende después, porque enseñó a aprender. Su ministerio es de primera necesidad, porque influye en los demás estudios.” Esta sentencia queda evidenciada en la fraterna relación entre el maestro y uno de sus más destacados discípulos, El Libertador Simón Bolívar, en el cual continuó influyendo hasta el fin de sus días; como él mismo lo expresa en la carta fechada el 19 de enero de 1824, que escribiera a su maestro desde Pativilca, Perú, donde Bolívar pasó uno de sus peores momentos, en cuanto a quebrantos de salud.

“Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló. Ud. fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de Europa. No puede Ud. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Ud. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado… En fin, Ud. ha visto mi conducta; Ud. ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en el papel, y Ud. no habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus frutos, ellos son míos…”

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Ciertamente, Rodríguez fue el maestro y mentor de nuestro Libertador Simón Bolívar. Él se encargó de su formación desde los 12 años de edad, por petición de su tío y tutor, don Carlos Palacios y Blanco; y en poco tiempo se fraguó entre ellos una gran amistad, afecto, respeto y una coincidencia de ideales por la libertad, que durarían hasta la muerte. Juntos realizan un viaje por Italia, y el 15 de agosto de 1805 ascienden al Monte Sacro, donde Bolívar hace su celebre juramento de liberar a la América del yugo español.

A partir de 1826, Simón Rodríguez se dedica a escribir y educar; de esos tiempos destaca su trabajo “Sociedades Americanas,” dividido en varias ediciones publicadas en Arequipa, Perú en 1828; y otro en defensa de Bolívar, “El Libertador del mediodía de América y sus compañeros de armas defendidos por un amigo de la causa social”, el cual circuló desde 1828, y posteriormente fue impreso y distribuido en varios países; en 1834 publica su libro “Luces y Virtudes Sociales”; seguidamente publica “Informe sobre Concepción después del terremoto de febrero de 1835”, y en 1849 se publica “Sucinto de la Obra Educación Republicana”, en el Neo Granadino, de Bogotá, artículos N° 39, 40 y 42.

La vigencia del pensamiento y de la obra de Simón Rodríguez, sus ideas por alcanzar la independencia, la libertad y la igualdad, fueron ampliamente estudiadas por el comandante Hugo Chávez, quien lo llevó a ser, junto con Simón Bolívar y Ezequiel Zamora, uno de los pilares fundamentales de la concepción ideológica de la Revolución Bolivariana, al que llamó “El árbol de las tres raíces”.

Lamentablemente, gran parte de su biblioteca y sus manuscritos se perdieron durante un incendio en la ciudad de Guayaquil, en octubre de 1896; sin embargo, en el 2001 la Presidencia de la República hizo una edición completa de sus obras, y algunos de sus textos se encuentran en la Biblioteca Nacional de Venezuela y su Red de Bibliotecas Públicas; además, muchos intelectuales venezolanos, entre los que destacan el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, Antonio Pérez Esclarin y Juan Antonio Calzadilla, se han encargado de analizar y continuar multiplicando y difundiendo su legado, para las generaciones venideras.

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Simón Narciso, un niño expósito

“Se llama Simón Narciso de Jesús nació el 28 de octubre de 1771 aún no ha sido bautizado”; según Antonio Pérez Esclarín, eso decía la nota que acompañaba la cesta en la que fuera abandonado don Simón Rodríguez, quien años más tarde escribiría una de las más importantes páginas de la historia de la educación en Venezuela; y aunque la mayoría de los venezolanos suele manejar como único referente que fue el maestro de Simón Bolívar, su nombre es reconocido en todo el mundo de habla hispana, y 200 años más tarde, su pensamiento se mantiene vigente.

Existen diversas versiones sobre el nacimiento y la infancia de Simón Rodríguez, y algunos escritores se han aventurado a especular sobre sus apellidos y la existencia de un hermano, del que tampoco se conoce si fue de sangre o de crianza; pero de lo que si se tiene certeza, es que fue un niño expósito, y Rosalía Rodríguez fue quien lo recogió, le dio su apellido y lo albergó en la casa del sacerdote Alejandro Carreño, de allí sus posibilidades de tener una buena educación, además de su innata inteligencia por la que sobresalió desde temprana edad, fue un políglota y dominó varios idiomas a la perfección.

Los libros fueron siempre el mejor regalo para él. A través de la lectura se puso en contacto con las más avanzadas ideas, que en Europa se conocían como “La Ilustración”, fundamentada en la educación, como principal herramienta para erradicar todos los males, la esclavitud y la miseria. Rodríguez comulgó con esas ideas, y tal vez por ello siempre quiso ser maestro, y gracias a un permiso concedido por el Cabildo de Caracas en 1791, ejerció la docencia en la Escuela de Las Primeras Letras, adscrita a dicho cabildo, siempre sediento por aprender y transmitir sus conocimientos a sus discípulos.

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Desde que se convirtió en maestro, Rodríguez luchó por la transformación de su escuela, no sólo desde el punto de vista filosófico y pedagógico, sino también, en los aspectos de infraestructura y mobiliarios adecuados para los estudiantes. Por otra parte, fue el primero en proponer  la creación de una escuela para las niñas, lo cual pareció descabellado en aquellos tiempos, como muchas de las ideas que proponía; tal vez de allí su gran lema “O inventamos o erramos”.

Fue un gran incomprendido en cuanto a sus novedosas y revolucionarias ideas y teorías acerca de la educación, por 1842 escribió: «La experiencia y el estudio me suministran luces, pero necesito un candelero donde colocarlas: ese candelero es la imprenta. Ando paseando mis manuscritos como los italianos sus Titirimundis… Si muriera, yo habría perdido un poco de gloria, pero los americanos habrían perdido algo más». Pero para su gloria, sus grandes ideas traspasaron las barreras de su muerte, hecho ocurrido en la ciudad peruana de Amotate, el 28 de febrero de 1854, cuando el “Maestro de maestros” contaba con 83 años de edad.

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