Asdrubal Meléndez: “No poseo nada… excepto el universo”

3 mayo, 2018


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Su exposición “En un plano secuencia”, se inaugura este viernes 04 de mayo, a las 10 de la mañana, en la sala Juan Germán Roscio de la Biblioteca Nacional, Complejo Cultural Foro Libertador

 

Texto: Jufany Toledo / Fotos: Adianez Gutiérrez / Prensa IABNSB

 

                                                                                 "No me asombra la desaparición como circunstancia ni la incomprensión del hombre ni el absurdo…”

Hazdrubaal

 

Este viernes 04 de mayo, la sala general de exposiciones “Juan Germán Roscio”, del Instituto Autónomo Biblioteca Nacional y de Servicios de Bibliotecas, abre sus puertas para mostrar la obra de Asdrubal Melendez, “un creador ilimitado que ejerce el arte como una "manera divina de vivir”… un artista dionisíaco que celebra la vida impulsado por la incesante pasión de crear”; de esa manera lo define Alba Rosa Hernández Bossio, su esposa y curadora de la exposición “En un plano secuencia”.

 

Asdrubal Meléndez nació un 1° de noviembre de 1935 en Ojo de Agua, a 36 kilómetros de Churuguara en el estado Falcón; y si bien asegura que “mi formación se la debo a mi madre, la mujer más admirable que he conocido”, se graduó como artesano mención talla, en la Escuela Artesanal Lara, en Barquisimeto, donde estuvo internado por tres años y para entonces pensaba que esa sería su profesión, que se ganaría la vida como tallista. Lejos estaba de imaginar los senderos por donde transcurriría su existencia.

 

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Posteriormente, en 1956 se graduó de maestro normalista rural y urbano, en la primera promoción de la Escuela Experimental Gervasio Rubio, ubicada en Rubio, estado Táchira, ejerció la docencia en la escuela Rafael Urdaneta de Bachaquero, estado Zulia, durante dos años; y junto a Nohelí Pocaterra y el párroco del lugar, padre D'Alora, fundaron el liceo Juan Vicente González.

 

Dos años más tarde llegó a Caracas, con su maleta cargada de sueños, directo a la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas, pero el director de entonces no lo aceptó argumentando que era muy viejo para estudiar arte; fue así como retomó la docencia en la escuela Gran Colombia, allí fue maestro de primer grado, luego en la Academia del profesor Emil Friedman, tercer grado; a ello siguieron dos años en el Instituto Experimental Docente, donde dio clases de manualidades, dibujo, y fue asistente de ayudas audiovisuales, en ese tiempo recomenzó su acercamiento a las artes. “Nunca me he desligado del arte, yo dibujo desde que tenía cuatro años… Es que yo he llevado siempre el arte en mis venas”, asegura.

 

Un día sus hermanas lo invitaron a visitar la Universidad Central de Venezuela, para que conociera a César Rengifo y Nicolás Curiel, en el Teatro Universitario, ese día -de manera accidental- comenzó su carrera de actor. “Estaban ensayando “Pozo Negro”, y había faltado un actor, para no perder la secuencia del ensayo, me pidieron a mi que leyera su parlamento, al día siguiente dicho actor faltó de nuevo y volví a hacerle la suplencia, hasta que le hablaron a Nicolás Curiel sobre mi, y él vino a escucharme porque le habían dicho que yo tenía mucha potencia en la voz, al momento decidió que el papel sería mío”, relata Meléndez.

 

“Yo caí muy bien en el Teatro Universitario, porque dada mi formación artesanal, me había convertido en “todero”, apoyaba en todo: utilería, tramoya, vestuarios, escenografías, yo hacía lo que fuera; así que no tardaron en asignarme un nuevo papel en “El sombrero de paja de Italia”. En 1974, cuando comenzó el boom del cine nacional, a los actores los sacaron del teatro y me buscaron a mi. Mi incursión en el cine fue en “El hombre invisible”, un cortometraje de Alfredo Anzola; seguidamente hice dos cortos más con el poeta Jesús Guedez, “La ciudad que nos ve” y “El gran circo mágico”; y el largometraje “El iluminado”, donde protagonicé junto a Carlos Carrero”, relata Meléndez.

 

Su segundo largometraje como protagonista fue “El cine soy yo”, bajo la dirección de Luis Armando La Roche, en una co-producción francesa; seguidamente protagonizó “Se llamaba SN” de Luis Correa; “Diles que no me maten”, basada en el cuento de Juan Rulfo y dirigida por Freddy Siso; a partir de allí, Asdrubal Meléndez ha participado en más de 60 largometrajes, sin contar los documentales y cortometrajes. “Nunca me dieron papeles de malo, porque decían que yo tenía cara de buena gente”, afirma entre bromas.

 

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A sus 83 años, Asdrubal Meléndez recién terminó de grabar tres nuevas películas, que no han sido estrenadas: “Canción de la sombra”, una versión ficcionada de la vida de Ludovico Silva, de Roque Zambrano; “Los hijos de la tierra”, que habla sobre el petróleo de Jacobo Penso; y “Lunes o martes, nunca en domingo” de Maruví Villaquirán y Javier Martintereso.

 

Ante la inevitable pregunta de cómo hace para continuar memorizando sus parlamentos, luego de tantos años, asegura: “Es una cuestión genética, mi mamá murió en 2016 con 104 años de edad, perfectamente lúcida, sana y activa, es más no murió, no sufrió, simplemente se quedó dormida y no despertó. Yo la admiro mucho, fue una extraordinaria mujer, es por eso que a ella voy a dedicarle esta exposición, donde presentaré tres secuencias con más de 50 obras de gran formato, en oleo sobre tela, que he producido desde 1980 hasta el presente, las he denominado: “El paso de Los Andes”; “El Cosmos” y “Partituras Eróticas”.

 

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Además de su madre, Meléndez siente una gran admiración por su esposa Alba Rosa Hernández Bossio, lingüista y políglota, quien ha sido una gran compañera, asistente y asesora; y por sus cuatro hijos: Hamel Meléndez Iturbe, contador público; Leonardo Meléndez Goalard, ingeniero mecánico; Marcio y Melissa Meléndez Hernández, ambos doctores en astrofísica y música, respectivamente, quienes le han dado nueve nietos.

 

Pero además, Hazdrubaal (uno de sus nombres artísticos) tiene dos hijos adicionales: Sus libros, el primero de los cuales “Moebius, el infinito es el fin, (5678)" fue realizado totalmente a mano, de una manera artesanal que contiene una compilación de poemas escritos a mano, desde 1956 a 1978 y dibujos en tinta china a la aguada, de los cuales imprimió 200 ejemplares enumerados en litografía Silk Screen; y en el 2014, Monte Ávila Editores le publicó otra Antología de Poemas, titulada “Glorioso Animal”.

 

Definitivamente, más allá de una estrella del cine, estamos en presencia de un verdadero artista, en el sentido más literal de esa palabra. Asdrubal tiene la capacidad de convertir en arte todo lo que toca, todo lo que dice, porque incluso cuando habla, tiene la facultad de convertir sus palabras en poesía. Este viernes tenemos una cita imperdible con este gran creador venezolano, quien nos descubrirá otra faceta importante de su vida, a través de la pintura.

 

 

 

 

 

 

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